Cuando nos cuentan una historia, y sobre todo si la historia es buena, ciertas zonas del cerebro se encienden como si fueran las luces de un arbolito de navidad. Se activan todos nuestros sentidos y se genera una reacción. En cambio, cuando escuchamos los fríos argumentos de un vendedor, sólo se enciende el lóbulo frontal del cerebro, que es la parte racional.